Señora Agneris o mejor dicho, Señorita Tití:
El 15 de Octubre será una fecha que quedará sellada en mi memoria, muy a pesar que la misma se está deteriorando.
Hace dos años, que para ver al médico de cabecera de mis padres, hago siempre el mismo camino, al menos, tres o cuatro veces al mes. Cada vez que lo hago, recuerdo que Ud. vivía por esa zona y la nostalgia me pintó el alma con ganas de verla. De volver a ver a mi primera maestra, aquella que en el año 60, extendió su mano para conducirme al aula de “Primero Inferior E”. Como todos los chicos lloraban aterrados, porque era su primera experiencia en la escuela. Ud. muy dulce y sonriente preguntó: “¿ A ver? Quién es el primero en venir conmigo?” En ese instante me adelanté y le extendí la mano. “¡Vieron como ella no llora y viene contenta! Agregó poniéndome de ejemplo. Lo que Ud. ignoró en ese entonces, que el ejemplo era Ud.
No cualquiera era maestra en la escuela Nº 41, José Manuel Estrada, conocida como “La Minetto”, por haber sido la residencia de la familia Minetto; Celina Minetto fue maestra y directora en épocas de mi madre. Paradojicamente la calle paralela a la que vivo, lleva ese nombre y hace tres años atrás, en circunstancias fortuitas, el destino hizo que conociera a su hija homónima. ¡Cuantas coincidencia de extraños encuentros tiene mi vida!
Vuelvo a destacar que no era fácil, ni cómodo ejercer la docencia allí, con carencias edilicias de todo tipo. Los techos llovían, las puertas y ventanas de las aulas, no tenían vidrios ni cerraduras, es más, algunas ni puertas tenían! El aula de primer grado inferior era de madera, una de las cuatro que formaban un ángulo recto sobre el patio trasero de tierra, patio que no tenia cerca limitante, solamente una hilera de altos eucaliptos alineados, uno al lado del otro haciendo marco de fondo, razón por la cual muchos chicos escapaban por ahí. Sobre el patio principal estaba el molino, que otrora funcionara como tal y el que sirvió para que al colegio se lo conociera también como “El del Molino”, estructura de hierro desafiante, para que los mas intrépidos se trepaban a él, así fue como no faltaron los que se lastimaron mal al pretender subirlo. Había también una enorme planta de moras, que a más de una maestra y madre le trajo algún que otro dolor de cabeza, cuando nos manchábamos con sus frutos. El jardín del frente, tenia unas hermosas rejas y un aljibe con palmeras por centinela, llamandonos poderosamente la atención, pues ya en esa época el brocal, era un mero adorno del jardín, perfumado de paraísos, madreselvas, glicinas y cinacinas.
El edificio no ofrecía ningún tipo de confort, sus muebles no eran tampoco muy utilitarios, pero sin lugar a dudas lo más difícil era llegar a él. Muchos debían caminar largas cuadras cortando campos, y tal fue su caso que iba y venia caminando, pisando barro los días de lluvia o rompiendo escarcha los de intenso frió.Nunca la vi perder su sonrisa, nunca tuvo un tono de voz mas alto que otro, nunca un gesto de enojo
Egresada de ese colegio, varias veces la volví a ver, una de las últimas veces, yo ya estaba casada y creo que con mi primer hijo. La vi igual, siempre bien maquillada, prolija y con esa sonrisa radiante de cuando pedía algún alumno: “¿Vamos a ver… quién es hoy la campanita?” Consigna a la que Ud. recurría para tocar la campana del patio, bien para el recreo o bien para la salida, hasta hubo quien sacara el libro de lectura, cuando la escuchaba, ya que casualmente el libro se llamaba “Campanita”.
¡Como no quiere que la recuerde! Si con ese libro Ud. me enseñó a leer:”Amo a mi mamá, mi mamá me ama” Si Señora, con Ud. aprendí mas que la letras, que la “e” se parecía a la colita del chancho, que la “o” era como un matecito, con Ud aprendí a dar mis primeros pasos en esto de leer y escribir. Pasos que se encaminaron por un largo camino de aprendizaje, que me condujeron a su misma vocación. Por eso quería volver a verla, porque con Ud. tenia una deuda de cariño.
El no poder recordar cual era su casa, me llevó a preguntar en casas equivocadas, en preguntarle a una señora que estaba cobrando la jubilación, si era Ud. porque la encontré parecida y ese miércoles cuando volví a pasar cerca de su barrio, dije para mis adentros :”Dame Dios una señal, para encontrar a esta mujer!” Jamás pude imaginarme que en menos de dos horas la viera en la farmaciạ. Cuando la vi pasar, me apuré en salir para que no se me perdiera de vista y al tocarla en el brazo para preguntarle: ¿Señora Ud. fue docente ? Su sonrisa, me lo afirmó antes que sus palabras.
A pesar del encuentro, me faltó el objetivo del mismo; darle las gracias. Gracias que no le dí cuando debí. Pasaron los años y esta abuela de ya tres nietos, que guarda en su corazón a la niña de seis años a quien Ud. le tendió la mano en su primer día de clases, le agradece haberle enseñado mucho mas que el abc.
Usted, fue un puente al que se accede por una altísima escalera, peldaño a peldaño la subí y la sigo subiendo, cada escalón con una enseñanza nueva, con un compañero distinto, con una guia diferente, pero en todos y en cada uno de ellos su presencia intangible. A Usted le debo el mote de “La hija de Roviglione” ese hombre a quien usted convocó para integrar la cooperadora escolar y quien no le esquivó a la tarea, tarea que lo enalteció aún mas ante mis ojos, ya que a él nunca le importó que fuera Sábado o Domingo para ir a ayudar al colegio.
Señorita Tití, aquí le dejo mi dirección y mi número de teléfono, recuerde que estoy a su disposición para lo que guste mandar (Y esta no es una frase de formalidad)
La saludo con mi mayor cariño y admiración. Mabel Susana Roviglionẹ o mejor dicho, la hija de Roviglione
[…] Carta a mi primera maestra mayo, 2010 4 […]
Querida Mabel, leo emocionada estas lindas palabras, me encanto tu recuerdo, lo imprimi para poder en algun momento leerlo en la radio seguramente para el dia del maestro. Me encanto te mando un gran abrazo.
Gracias Norma, me siento honrada con tu comentario. Un saludo afectuoso, mi querida narradora!